Comenzando la universidad, el
azar y los deberes trajeron consigo una copia fotostática de un libro de
título contundente: Somos Patrimonio. Editado en el 98, era la publicación resultante
de un premio promovido por el convenio Andrés Bello en Colombia y registraba experiencias
de participación social en la conservación y rescate del patrimonio cultural. Esa
publicación fue mi primer acercamiento a Palenque de San Basilio, caso que -dicho
sea de paso- en esa emisión no había sido premiada sino con el apoyo a su
proyecto. En aquel tiempo, no fui consciente de lo que se abría en mis manos, y
especialmente, en mis mundos; mucho menos de cuánto tiempo después, San Basilio
me seguiría regalando letras, como hoy.
Cabe regresar un poco más el
tiempo para recordar que, naciendo en una familia de tez notablemente más clara
que la mía, siempre he sabido que es a mí a quien se llama cuando en casa se dice
cariñosamente: negra o morena. Desde muy pequeña se me construyeron espacios en
un terreno imaginario, en casa se solía jugar con mi procedencia; se afirmaba,
por ejemplo, que el lunar que cubre mi sien tenía la forma de África y era una
marca de origen, que me fue puesta antes de salir del obscuro continente, para
que recordara siempre de dónde venía. Todo ello generó, que aquel mundo afro se
acercara el mío. Me fue regalada cercanía simbólica en medio de una clara
lejanía geográfica y cultural; pues a los 5 años las distancias son, aún más, subjetivas.
Así, al encontrarme años después entrando a la vida “adulta” con las imágenes de Palenque se San Basilio impresas, recuerdo que los ojos de las personas parecían ser los más blancos que jamás hubiera visto. Los peinados, colores y tambores vibraban, como si pudieran en cualquier momento salir de las fotos, como el más grande orgullo Afro. Descubrí, con el tiempo, que las historias de rescate, defensa y orgullo identitario de Palenque, estaban en muchos casos iluminadas con colores satinados en calles -que hoy sé no son de palenque, sino de Cartagena-, y que servían de bandera y símbolo del pueblo negro en Latinoamérica, este pueblo sonoro.
Originalmente, los palenques fueron las comunidades
fortificadas fundadas por los esclavos fugitivos en el siglo XVII como
resguardo, y el de san Basilio formado por
esclavos huidos de Cartagena, apenas a 50 kms de distancia, es el único
que sobrevive como tal. Se dice que fue el primer pueblo libre de América,
título que se disputa con Yanga (Veracruz), desde hace años. Con esta comunidad
comparte además, la idea de contar con un libertador procedente de la nobleza
africana y la inconsistencia en las fechas y datos en relación a su liberación
a finales del S.XVII (o principios del S.XVIII) por parte de la corona española.
Seguramente hoy no nos alcanza la cabeza, para comprender el peso real de la
libertad en aquellos días. Me parece, no logramos ver lo que la autonomía
significaba y lo que aquella tierra engendraba más de 100 años antes de que las
luchas independentistas comenzaran en el continente.
Conforme uno se adentra a los textos y análisis actuales del
pueblo -que no han sido pocos- se lee de forma recurrente: “la organización
social de la comunidad se basa en las redes familiares y en los grupos de edad
llamados ma-kuagro (…) implica todo un sistema de derechos y (…) una fuerte
solidaridad interna”; ”los complejos rituales fúnebres y las prácticas médicas
son testimonios de los distintos sistemas espirituales y culturales que
enmarcan la vida y la muerte”; “expresiones musicales tales como el Bullernege
sentado, el Son palenquero o el Son de negro acompañan las celebraciones
colectivas”; “un elemento esencial (…) es la lengua palenquera, la única lengua
criolla de las Américas que combina una base léxica española con las
características gramaticales de lenguas bantúes”; todo ello, cierto, sí, no
alcanza a enmarcar ni describe el cotidiano de los Palenqueros. Su lectura deja
siempre la duda, la percepción de algo siempre visto a través del cristal del
otro, como las notas de observación distante que siempre nos regala la
etnografía.
Más de diez años después de leer descripciones como estas de forma recurrente, y nuevamente por azar, pude ver San Basilio con mi cristal, tan ajeno y cercano a la vez, como todos los otros. Quien desenterró el recuerdo
de la comunidad palencana en un café de Cartagena, se refirió diciendo “Palenque,
es pura semiótica”, con ello en mente comenzó un viaje en un camión colorido,
que llegó hasta una carretera, donde hay que subir a una moto, para llegar a la
plaza; a un sitio marcado por la pobreza y la sonrisa de su gente. Cuando uno
camina sus calles, no hay tambores acompañando el camino, ni los coloridos
trajes de herencia afro. Es un pueblo pequeño, sin pavimentarse, con notables
problemas relacionados con la electricidad, el drenaje, el agua potable y el
acceso a la educación. Sus problemas recuerdan mucho los que se viven a diario
en las comunidades de México: alcoholismo, pobreza, poco o nulo acceso a
servicios de salud, necesidades primarias sin cubrir, etc.
La fiesta de fin de año, se
había extendido hasta el 8 de enero, y entre “costeñitas” y dominó, los niños
jugaban y algunos jóvenes bailaban champeta. Una mujer octogenaria con los ojos
nublados hablaba de la muerte de 2 de sus hijas, desaparecidas al ir a trabajar
peinando turistas a Cartagena; un día dice, sólo no regresaron y después se les
encontró muertas. A ambas y en distintas épocas, como pesadilla repetida,
pensaba yo. La trata de personas y las diferencias culturales marcadas por la
discriminación y la burla, son un tema recurrente; como lo es también la
pérdida de las tradiciones por una inminente necesidad de adaptación al entorno
y los tiempos; las casas de “material” que poco a poco desplazan al bahareque
por programas de gobierno inconexos con las necesidades de a quién se atiende;
las burlas por hablar en lengua palenquera fuera de la comunidad y la falta de
continuidad en la enseñanza de ésta en el seno familiar. Todo ello contrasta de
forma dolorosa con la postal turística de una voluptuosa mujer de piel obscura
vendiendo frutas, tan voluminosas y coloridas como ella, en todas las calles de
Cartagena. Y es que, de la postal a la realidad, en Latinoamérica nos hace
falta tanto camino por andar.
Contrasta también con lo que se escribe de Palenque, con la vista antropológica de la comunidad. En ese momento Palenque fue tan cercano a cualquiera de las historias de nuestras comunidades indígenas, tan coloreadas, tan manipuladas, tan demeritadas; pero tan vivas desde la entraña.
Contrasta también con lo que se escribe de Palenque, con la vista antropológica de la comunidad. En ese momento Palenque fue tan cercano a cualquiera de las historias de nuestras comunidades indígenas, tan coloreadas, tan manipuladas, tan demeritadas; pero tan vivas desde la entraña.
El primer pueblo libre, hoy
no posee autonomía económica ni administrativa. Y parece una ironía que su
elemento identitario más fuerte sea justamente la libertad, nos hace pensar que
hay intangibles mucho más sólidos que sirven de respaldo a los de uso común. El
rico patrimonio inmaterial palencano que le hizo merecedor del nombramiento de
la UNESCO en 2005 no tendría sentido alguno sin la libertad. Los palencanos han
encontrado libertad en su diferencia, en su orgullo y sus formas, en el color
de su piel. Quien conducía la moto para salir del pueblo decía, “nosotros no
somos negros feos, nuestra piel brilla y es de color distinto”. No sé si él
sabía la verdad que arrojaban sus palabras, lo cierto es que nunca vi pieles
más obscuras, y tampoco más hermosas. En ellas, se escapaba la alegría de
saberse, libres y negros; en su cuerpo resplandecía la alegría que no se veía
en las calles. Ellos portan un mundo de significados, que nadie desde fuera
podemos comprender, ellos son tan libres y tan esclavos como lo fue Benkos
Biohó, antes de liberarlos.
No sé cuántos palencanos hayan
estado en África, no sé qué tanto sepan del lejano continente; al andar las
calles y escuchar a la gente, sentía que su lazo simbólico era tan delgado y
fuerte como el que trazó mi padre con las historias de infancia acerca de mi
origen. Está ahí, sin preguntas ni respuestas.
Se reconocen africanos en oposición y respuesta, en tanto que no son lo otro que les es mostrado a diario en su país. Conservan tradiciones que en realidad no conocen en su forma original, se habla de la defensa en la autenticidad de algo que seguramente hoy está desdibujado y tan modificado como las casas de cemento que contrastan con las tradicionales. Su alivio y resguardo se encuentra en otro continente, que seguramente les es tan desconocido como México, país que dibujé y ubiqué en mapas sobre las mesas de diferentes casas, tratando de explicarme a mi. No sé cuántos de ellos podrían dibujar un mapa para decirme dónde se ubica su origen. No sé siquiera si saben la diversidad y diferencia que encierra también la abstracta idea de África y cuántos pueblos se sienten también desplazados e inconexos con esa idea dentro del mismo continente, con lenguas que no se entienden y que se generalizan como “africanas”. Sin embargo, esta idea parece dar consuelo, es la tierra de los ancestros que les teje un camino que los une a algo que por desconocido, puede pintarse del color que sea necesario.
Se reconocen africanos en oposición y respuesta, en tanto que no son lo otro que les es mostrado a diario en su país. Conservan tradiciones que en realidad no conocen en su forma original, se habla de la defensa en la autenticidad de algo que seguramente hoy está desdibujado y tan modificado como las casas de cemento que contrastan con las tradicionales. Su alivio y resguardo se encuentra en otro continente, que seguramente les es tan desconocido como México, país que dibujé y ubiqué en mapas sobre las mesas de diferentes casas, tratando de explicarme a mi. No sé cuántos de ellos podrían dibujar un mapa para decirme dónde se ubica su origen. No sé siquiera si saben la diversidad y diferencia que encierra también la abstracta idea de África y cuántos pueblos se sienten también desplazados e inconexos con esa idea dentro del mismo continente, con lenguas que no se entienden y que se generalizan como “africanas”. Sin embargo, esta idea parece dar consuelo, es la tierra de los ancestros que les teje un camino que los une a algo que por desconocido, puede pintarse del color que sea necesario.
La identidad de palenque, como
los peinados de sus mujeres, está llena de significados ocultos, que no se
cuestionan. Aquel día, una mujer mostraba su cabello mientras afirmaba “este
peinado que da vuelta en torno a toda la cabeza, simboliza el camino entre
África y San Basilio, el que nos une con los ancestros”, justo en ese momento creo que comencé a comprender. En
el pueblo como en el peinado, uno no ve el inicio ni el fin del camino, esas
son cosas dadas; el camino se trenza, cambia y gira, es eso lo que vemos, ese proceso
constante que se apropia, defiende, modifica, adapta, grita, canta y soporta lo
que es; pero muy especialmente, lo que no se es.
*Todas las fotos son de Luis Pérez
.
Muchas Gracias por todo este viaje compañera ¡¡¡, pero sobre todo muchas gracias por abrir otra puerta para transmitir todo esto que te apasiona y que tanto aporta a la memoria , Besos . Luis
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